domingo, 29 de noviembre de 2009

Dos artículos sobre Heidegger publicados en Perfil.com. ¿Fue un gran filósofo, o no? ¿Fue un filósofo nazi?

Los dos autores tienen un pensamiento totalmente diferente sobre Heidegger, Mario Bunge (filósofo) lo descalifica y luego Gustavo Marangoni (politólogo) lo revaloriza.

Fuente:
Artículo 1 (¿Fue Heidegger un filósofo nazi?): http://www.perfil.com/contenidos/2009/11/20/noticia_0057.html
Artículo 2: (Heidegger: el filósofo del siglo XX): http://www.perfil.com/contenidos/2009/11/20/noticia_0057.html


ARTÍCULO 1
FALSAS CREENCIAS
¿Fue Heidegger un filósofo nazi?
Es sabido que el existencialista Martin Heidegger fue un nazi fervoroso y afiliado al partido desde el ascenso de Hitler al poder hasta su suicidio.
Por Mario Bunge (Filósofo) | 20.11.2009
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    Es sabido que el existencialista Martin Heidegger fue un nazi fervoroso y afiliado al partido desde el ascenso de Hitler al poder hasta su suicidio. Hitler lo nombró rector de la Universidad de Freiburg, donde había sucedido a su maestro, Edmund Husserl. Heidegger intentó transformarla en un centro de instrucción de militantes nazis; en su discurso inaugural hizo un elogio servil del nazismo y de la nazificación de las universidades alemanas; expulsó a los docentes y estudiantes judíos; presidió el auto de fe que se celebró en la plaza de la hernosa catedral de piedra roja y, para que no se sospechase que su adhesión al nazismo había sido oportunista, exaltó la “grandeza” de esta doctrina al terminar la guerra, por ejemplo en su Introducción a la metafísica.

    Por estos motivos, suele creerse que Heidegger fue un filósofo nazi. Esta creencia es falsa. Primero, porque ese delincuente cultural (como lo llamé en una conferencia que di en Bonn hace cuatro décadas) no fue un filósofo propiamente dicho sino un escribidor, para emplear el término acuñado por Vargas Llosa. Segundo, porque el existencialismo no servía a la causa nazi, ya que no era heroico sino quejumbroso y necrófilo. En efecto, Heidegger había heredado del primer existencialista, el teólogo y periodista Søren Kierkegaard, la obsesión por “el miedo y el temblor”, ajeno a los criminales de guerra que pretendían adiestrar los nazis.

    La claridad es condición necesaria de la filosofía auténtica, porque sin claridad no se sabe de qué se está hablando ni qué razones hay para afirmar o rechazar una tesis. Ahora bien, la característica más obvia del existencialismo es su falta de claridad. Baste recordar que Heidegger sostiene que “El ser es ELLO mismo”, y que “La esencia de la libertad es la verdad”. ¿En qué difieren estas oraciones de “El ser NO es ELLO mismo”, y “La esencia de la libertad es la mentira”? Ninguna de estas estas cuatro oraciones tiene sentido. Por lo tanto, no son verdaderas ni falsas.

    Juzgue el lector por esta muestra de Sein und Zeit (17ª ed., p. 87, traducción mía): “En su familiaridad con la significación, el ser es la condición óntica de la posibilidad de la descubribilidad [Entdeckbarkeit] del ser, que se encuentra en la manera de ser del estado (disponibilidad) en un mundo, y puede conocerse así en un en sí”. Admito desde ya que puede haber traducciones alternativas de esta ristra de palabras. Lo que no admito es que unas puedan ser mejores que otras, ya que lo que carece de sentido es intraducible. ¿Cómo traducir correctamente “bla-bla”?

    Se dirá que algunas de las oraciones que escribió Heidegger tienen sentido. Es verdad, pero no son originales ni profundas: algunas de ellas son perogrulladas, y otras son falsas. Ejemplo de perogrullada: su definición de “velocidad”. Ejemplo de falsedad: “La ciencia no piensa”.

    Consideremos ahora el segundo motivo por el cual el nazismo no adoptó el existencialismo. La ideología nazi no hablaba de la angustia ante “la nada” (la muerte) sino de la exultación por el todo; ni del “ser para la muerte” sino del ser para la victoria. Los fascistas de todos los colores pretendían amaestrar a héroes, a superhombres gratos a Nietzsche, no a quejosos paralizados por el miedo a la muerte. Y el existencialismo es una seudofilosofía para cobardes giles, no para héroes piolas. No en vano, el seudofilósofo favorito de Hitler (y de Heidegger) fue el protofascista Nietzsche, quien exaltó la vida peligrosa, el heroísmo, la violencia y en particular la guerra.

    Es verdad que el existencialismo y su progenitora, la fenomenología, sirve al fascismo en que, al preconizar la superioridad de la intuición sobre la razón, y al rechazar la ciencia, desarman la independencia de juicio y con ello contribuyen a formar súbditos crédulos, ignorantes y dóciles. Pero esto no basta: el fascista ideal está dispuesto a combatir y a morir por su líder. Recordemos la consigna del fascismo italiano: “Creer, obedecer, combatir”.

    En resumen, aunque Heidegger fue un nazi tan entusiasta como servil, no fue un filósofo auténtico, y su seudofilosofía no servía a los fines del nazismo porque era un discurso incomprensible y gimoteador. Las hordas nazis necesitaban consignas fáciles, tales como “Sangre y tierra”, “Tú eres nada, tu nación lo es todo”, y “¡Mueran los judíos y los bolcheviques!”.

ARTÍCULO 2
RESPUESTA A MARIO BUNGE
Heidegger: el filósofo del siglo XX
Heidegger adhirió al nacionalsocialismo. No podemos obviarlo ni olvidarlo. Pero también fue un filósofo y probablemente el más grande del siglo XX. Esto simboliza, quizás, una de las mayores contradicciones de la condición humana.
Por Gustavo Marangoni (Politólogo, Director de la carrera de Ciencia Política, Universidad del Salvador.) | 28.11.2009
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    Heidegger adhirió al nacionalsocialismo. No podemos obviarlo ni olvidarlo. Pero también fue un filósofo y probablemente el más grande del siglo XX. Esto simboliza, quizás, una de las mayores contradicciones de la condición humana.
    Hay infinidad de trabajos que tratan de atenuar o maximizar el vínculo del filósofo de Friburgo con el régimen totalitario alemán. ¿Existe justificación? No.
    Todo hombre corre el riesgo de confundirse con determinados actos, decisiones, errores o aciertos de su vida, pero también puede trascender esta definición para manifestarse en su verdadera esencia y su auténtico legado.
    Ya lo dijo Sartre: “El caso Heidegger es demasiado complejo para que yo pueda exponerlo aquí”. Lo que Mario Bunge en su columna del sábado 21 de noviembre, argumenta, juzga y sentencia en 4 mil caracteres, Sartre no lo pudo exteriorizar completamente en toda su vida.
    Pero la caracterización que Bunge (uno de los mayores pensadores argentinos) hace de Heidegger como “escribidor”, poco profundo, falto de originalidad y “seudofilósofo” merece una reflexión. Si Heidegger no fue un verdadero filósofo, ¿qué es un verdadero filósofo? ¿Preguntarse por el ser no es filosofía?
    Afirma Bunge que “la claridad es condición necesaria para la filosofía auténtica” y descalifica a Heidegger por su lenguaje encriptado.
    No desconocemos que Heidegger tiene gran responsabilidad en las dificultades de aprehender su pensamiento al expresarse por medio de una prosa ardua y compleja. Pero, ¿toda obra filosófica debe ser clara para considerarse tal? ¿Qué les queda a Hegel, Kant y Deleuze? ¿Y a aquellos que encontraron en sus escritos inspiración o directamente fueron sus discípulos (Marx, Derrida, Foucault, Sartre)?

    Tal vez, la incomodidad de Bunge se encuentre en lo ácido y preciso de la crítica de Heidegger a la sociedad moderna y el pensamiento científico. La afirmación “la ciencia no piensa” parece dar en un nervio central. El hombre moderno quiere conocer para dominar y conquistar. Heidegger llega con un grito que hoy parece sordo. Llega para afirmar que ésa ya no es la verdad. La verdad es el desvelamiento del ser, y para lograrlo debemos tomar una actitud de apertura y no de conquista ni sometimiento. Apertura basada en el establecimiento de un estado de asombro, siempre dispuesto y necesario para lograr un pensar por fuera de la dimensión del afán conquistador del espíritu tecnocientífico del capitalismo.
    ¿Cómo llega Heidegger a afirmar que “la ciencia no piensa”? Al interrogarse sobre lo que merece pensarse. “Lo que más merece pensarse es que nosotros todavía no pensamos; todavía no, aunque el estado del mundo se hace cada vez más problemático. Este hecho parece exigir, más bien, que el hombre actúe y actúe sin demora en lugar de hablar en conferencias y congresos y moverse en la mera representación de lo que debería ser y de cómo habría de hacerse (…) Con frecuencia hoy creemos valorar algo especialmente por el hecho de encontrarlo interesante. Pero, en verdad, a través de ese juicio lo interesante queda desplazado ya a lo indiferente y muy pronto a lo aburrido.”
    Entonces, se interroga por el rol de la ciencia en el debate de lo que debe pensarse. La exposición no tendrá nada que ver con la ciencia “si nuestra disquisición aspira a un pensar. El fundamento de este hecho está en que la ciencia por su parte no piensa, ni puede pensar y, por cierto, para su propio bien, o sea para asegurar la propia marcha que ella se ha fijado”.
    Pero no culmina allí, en el escándalo de su propia frase, porque comprende que “la ciencia tiene que habérselas con el pensar en su propia forma especial”.
    Tal vez este “bla-bla”, esta “falta de originalidad” y lo “poco profundo de las palabras” encuentren al lector descorazonado y perdido.
    Si no se encuentra así, quizás hayamos descubierto “alguna de las pocas oraciones con sentido” que escribió Heidegger y podamos escucharlas para detenernos y pensar acerca de nuestro propio presente en este mundo monopolizado bajo el imperio de la ciencia y la técnica como única ideología imperante.

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