El amor y la plata
En la Argentina al dinero lo llamamos plata. Nuestro gran Río es el de la Plata. El nombre del país que habitamos remite a la misma plata. Uno de los ejes principales del conflicto político actual es también la plata.
Por Tomas Abraham | 19.03.2010 |
En la Argentina al dinero lo llamamos plata. Nuestro gran Río es el de la Plata. El nombre del país que habitamos remite a la misma plata. Uno de los ejes principales del conflicto político actual es también la plata.
Hay mucha plata. Se la genera y se la acumula por miles de millones. En un país como el nuestro hace pocos años había tres millones de personas, casi todas de clase media, condenadas a una economía de trueque por falta de ingresos, despidos de sus trabajos y cierre de sus comercios. Poco tiempo después logra salir de la depresión con un crecimiento económico a tasas chinas. También fue el escenario en el término de un año de la fuga de cuarenta mil millones de dólares.
Ese dinero no se quiere quedar. ¿Por qué? Porque no tiene proyectos ni seguridad para establecerse por un largo plazo. ¿Cómo se llega a que nuestro país no pueda, hace ya décadas, salir del atolladero que lo limita a ser un lugar en el que el dinero entra y sale en tan poco tiempo? ¿La culpa es de Martínez de Hoz y de Cavallo? ¿Eso es todo?
En la actualidad, el dinero que se fuga duerme en bancos internacionales a una tasa tan baja que ningún inversor o ahorrista obtiene una renta que le permita retirarse del mundo de la inversión productiva. Se le suma el hecho de que la última crisis financiera ha mostrado que los bonos y los papeles emitidos por grandes empresas y por entidades financieras gigantes, pueden desaparecer de un día para otro. Debe andar algo muy mal en un país, para que luego de un crecimiento de más del 7% anual y con mercados de exportación en expansión, vea que sus capitalistas y ahorristas invierten lo que es sólo necesario para mantener el negocio y se retiran hacia otros horizontes a esperar nuevas oportunidades mientras no obtienen ganancia alguna.
Si nuestro horizonte de calidad de vida, bienestar social, desarrollo económico, nivel educativo, estado sanitario, es el de la clase media de los países europeos o el de nuestros jóvenes hermanos en brevedad histórica, extensión y población como Canadá y Australia, indudablemente, vamos por mal camino. Para concretar este deseo de mayorías integradas al “sistema” sin riesgo de expulsión a la marginalidad, también es necesario sentar las bases productivas que impulsen un desarrollo económico sustentable. El mismo depende de una infraestructura que abarque las necesidades de crecimiento económico apoyado en vías férreas, caminos, puertos, fuentes de energía, redes de agua potable, viviendas para todos, etc., una combinación de generadores de riqueza y de políticas sociales que permitan que el crecimiento no sea un globo que se infla y se pincha cada seis o siete años.
Esto que se acaba de puntualizar lo sabe todo el mundo. Lo dicen todos y lo escriben todos. No es ciencia la que nos falta.
A diferencia de la década del noventa, en este momento nos hemos convertido en tesoreros de reservas acumuladas y ya no como en aquella época en grandes deudores insolventes. Del déficit comercial de los noventa en el que importábamos más de lo que exportábamos, sustituíamos producción nacional por la importada y dejábamos miles de trabajadores en la calle, hoy el intercambio nos favorece, sumamos divisas y acumulamos reservas.
El problema político nacional se origina por esta nueva situación. Hay plata, y ésta se guarda en lo que popularmente se llama la caja. Resulta claro que quien es el dueño de la caja y decide cómo distribuirla detenta el poder.
La lección del kirchnerismo ha sido ésta. No han descubierto esta verdad sino que la han desnudado. Es la verdad de la historia política argentina que muestra que los gobiernos sin poder de acumulación y de distribución de los recursos nacionales, no sobreviven. Ganó don Juan Manuel de Rosas, su aduana y su populismo unitario. Los caudillos provinciales están que trinan y los copetudos liberales enrojecen de vergüenza, igual que hace ciento cincuenta años.
Para reforzar la ley del eterno retorno de lo mismo que compensa con una imagen cíclica lo que aparece todos los días como “infinitas novedades de nuestra vida política”, este vaivén pendular se repite en nuestra historia más reciente iniciada en 1984. Esta fase es la que constituye nuestro presente y ofrece la prueba de que la plata es la llave de nuestra institucionalidad.
Alfonsín y la hiperinflación, los dineros obtenidos por las privatizaciones de Menem, los compromisos de deuda heredados por De la Rúa, marcaron el destino de cada uno de ellos, tanto sus momentos de debilidades como sus auges y caídas libres.
También ha determinado la existencia de los gobiernos kirchneristas. Lo ha hecho el precio de la soja, el gigantismo de Brasil y la devaluación del 2002. Hace un tiempo, llegar al poder significaba enfrentarse al problema de la deuda, hoy se ha vuelto algo tentador ya que poseer el cetro ejecutivo es apropiarse de la caja y de lo que tiene adentro.
¿Pero si al igual que en las cajas de los magos lo que se creía adentro finalmente no es nada? ¿Si su contenido es puro simulacro como opinan algunos expertos?
No lo parece. Lo que reciben los movimientos sociales, las cooperativas de trabajo, el plan de asignaciones por hijo, no son papeles pintados. Los miles de millones de subsidios que permiten que el precio del transporte no se triplique tampoco son espejitos de colores. Hasta tal punto es cierto que nadie imagina a un futuro gobierno con las espaldas políticas para ni siquiera anular en parte estos gastos y destinarlos a otras prioridades.
¿Que se gasta mal? ¿Que hay corrupción? Seguramente. Pero, ¿y las pruebas?, ¿los juicios políticos o penales? ¿En qué juzgados están las causas y cuántos funcionarios están sentenciados no sólo por los haberes injustificados de personas particulares sino por las licitaciones, licencias, prebendas y adjudicaciones de obras públicas y contratos? ¿Quién tiene las facultades y las posibilidades de llevar a cabo una auditoría general de la acción gubernamental y de lo que hace y deshace con los dineros públicos sino es el mismo personal gubernamental?
El problema es que este gobierno con las cajas negras, los presupuestos fraguados y maquillados, la parálisis y vaciamiento de los organismos de control, han puesto una valla a cualquier investigación. Y quien se atreva a hacerlo ya sabe que los organismos de la SIDE y sus personeros en el periodismo y en la política están listos para develar los misterios de su vida privada y pública.
Durante medio siglo los dilemas argentinos se resolvían con las armas. Desde que la democracia se ha instalado y las fuerzas armadas están desarmadas, se los resuelve con la plata.
Las críticas de la oposición al Gobierno se sintetizan en denuncias de autoritarismo y corrupción. Son las mismas acusaciones que se hacían en los años cincuenta durante el primer gobierno de Perón. Dicen que falta el amor de aquellos tiempos y sobra la chequera de nuestros días. Quién sabe. De todos modos, si no hay amor en los tiempos de cólera y ni siquiera chequera, esperamos que no sólo quede la peste.
*Filósofo www.tomasabraham.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario