viernes, 30 de abril de 2010

Cuentos de Alejandro Dolina

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    El hombre que va a menos (boceto de una vida completa)

    El protagonista ha nacido con una dotación formidable. Es inteligente,
    valeroso, viril y apuesto. Sin embargo, durante toda su vida disimulará estas cualidades, tal vez por no apabullar a los demás.
    Fracasará en sus estudios por fingir desconocimiento, aún poseyendo
    erudición.
    Renunciará a espléndidas mujeres y se casará con una verdadera bruja.
    Retrocederá ante rivales que en realidad desprecia.
    Cometerá injusticias para no sentir la soberbia de ser bondadoso. Se rodeará
    de amigos miserables y les hará el homenaje de parecerse a ellos.
    Tendrá gustos exquisitos, pero los negará para mentir regocijo ante las
    cosas más despreciables.
    Una noche sentirá venir la muerte y no tendrá miedo, pero gemirá como un
    maula.
    Jamás recibirá recompensa ninguna en este mundo, y tal vez tampoco en el
    otro.

    El duelo o la refutación del horóscopo

    Los dos hombres nacen el mismo día, a la misma hora. Sus vidas no se cruzan
    hasta que son enamorados por la misma mujer. Entonces se encuentran y pelean por
    ella. Uno de ellos obtiene la victoria y el amor. Al otro le corresponde el
    dolor, la humillación y quizá la muerte. Los astrólogos han previsto ese día el
    mismo horóscopo para los dos. Tal vez son erróneos los vaticinios.
    O tal vez se equivoca uno al pensar que el amor y la muerte son destinos
    distintos.

    Los deberes de Pedro

    Pedro se sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico
    que desdeña la educación y la vecindad de los poderosos. Las conspiraciones y
    los batifondos nunca lo hallan ajeno. Busca el riesgo de las transgresiones y la
    compañía de los más beligerantes. A veces lo tientan el estudio y la
    inteligencia.
    Entonces, como quien acepta un desafío, como una compadrada, resuelve arduos
    problemas de regla de tres y cumple los dictados sin tropiezos.
    Un día, la maestra le acaricia el pelo tiernamente. El piensa:
    -Ay, señorita... Si supiera cómo me gustaría regalarle una flor y darle un
    beso.
    Pero Pedro sabe quién es y conoce su deber y su destino. Con una gambeta se
    aleja del afecto inoportuno y va a buscar la gloria allá en el fondo, donde los
    malandras se empeñan revoleando los tinteros para que se cumpla mejor el divino
    propósito del Universo.

    El hombre que era, sin saberlo, el diablo

    Un caballero de la calle Caracas resolvió negociar su alma. Siguiendo los
    ritos alcanzó a convocar a Astaroth, miembro de la nobleza infernal.
    -Deseo vender mi alma al diablo -declaró.
    -No será posible -contestó Astaroth.
    -¿Por qué?
    -Porque usted es el diablo.

    El hombre que pedía demasiado

    Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?
    Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones... Y también
    juventud, poder, fuerza, salud... Exijo sabiduría, genio, prudencia... Y también
    renombre, fama, gloria y buena suerte... Y amores, placeres, sensaciones... ¿Me
    darás todo eso?
    Satanás: No te daré nada.
    Hombre: Entonces no tendrás mi alma.
    Satanás: Tu alma ya es mía. (Desaparece).

    Extracto de "Crónicas del Ángel gris"

    En los años dorados, andaban por Flores los Conservacionistas Preservativos, un grupo que protegía a todos los animales. Pero su piadosa misión no tardó en convertirse en locura.
    Poco a poco, la exaltación del animal dio paso al desprecio por los humanos. De allí surgieron frases que hoy en día andan en boca de muchos modernos Preservativos:
    - Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro.
    - Yo sé que mi tortuga jamás me va a traicionar. De mis amigos, no puedo decir lo mismo.
    Es cierto que las tortugas no traicionan. Pero su lealtad no es hija de una moral acrisolada, sino de su ingenio modesto que les impide concebir, planear y ejecutar una traición.
    La admiración desmedida por las bestias ha alcanzado en nuestro tiempo una dimensión universal. No puede uno encender el televisor sin encontrarse con un programa sobre la inteligencia de las medusas, la fuerza de los antílopes, la nobleza de las hienas o la belleza de los moluscos. Nuestros chicos saben más de elefantes que de correntinos. Leones y perros son héroes justicieros. Los únicos malandras son los hombres, con la sola excepción de los Conservacionistas Preservativos.
    Escribía Unamuno: “…se dice que el hombre es un animal racional. No sé por qué no se habrá dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los demás animales lo diferencia sea más el sentimiento que la razón. Más veces he visto a un gato razonar que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro. Pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado”.

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